lunes, 21 de enero de 2013

Tatiana Acevedo: mirar sin asco


Tatiana Acevedo, una de las caras jóvenes en la prensa de opinión en Colombia, aborda fenómenos y problemáticas que suelen quedar por fuera de la agenda mediática.

Para los lectores asiduos de la prensa nacional, es un hecho: hay una nueva generación de columnistas que escriben sobre las controversias propias de la opinión pública, desde lugares distintos a los del periodismo y la política tradicional. Es el caso de Tatiana Acevedo quien, hace más de dos años, escribe para El Espectador artículos y columnas que socavan cómodos imaginarios sociales en torno a nuestra nación.

Sus primeros textos allí fueron artículos basados en documentos de archivo, a los que llegó trabajando como asistente de una investigación sobre la historia del partido liberal, a cargo del profesor Francisco Gutiérrez (iepri, Universidad Nacional). A raíz de este encuentro, no solo llegó a la Maestría en Estudios Políticos y aprendió sobre los métodos de la Historia, sino que también se formó en el valor de preguntarse por lo menudo, por las prácticas concretas de los políticos, que suelen escapar a los análisis de la nada homogénea realidad nacional: “cómo se consigue un voto, cómo se hace una adhesión, cómo se asciende dentro del partido, quiénes son los políticos, son ricos, son pobres, de dónde sacan la plata, quiénes son sus familias; ¿qué hace un político; es fácil, o es difícil?”. Esta experiencia, sumada a la que tuvo después trabajando con Claudia López en una Misión de Observación Electoral, fue determinante en su perspectiva sobre la política como un objeto de estudio hecho de realidades concretas y diversas, que bien vale la pena abordar “sin asco”.

Otro aspecto fundamental en la trayectoria de Tatiana Acevedo es su origen santandereano y su ascendencia campesina: “mientras más trabajo, mientras más leo y pasa el tiempo, más siento la importancia en mi vida de no haber nacido en Bogotá”. Luego de haber pasado una parte de su infancia en Barranca, se reunió en Bucaramanga con su familia ocañera y allí descubrió esa distancia con la que citadinos y provincianos se miran entre sí. Años después llegó a Bogotá para estudiar Antropología (y Ciencia Política, porque le sobraba tiempo y le parecía que era su deber aprovecharlo), y este nuevo encuentro con la ciudad también motivó un ejercicio que es parte de su metodología de trabajo: observar cómo se ven las regiones desde la prensa bogotana y por qué; cómo se refieren los medios nacionales a la gente de las regiones, a sus instituciones y a sus personajes públicos; qué reflejan sus discursos, qué rivalidades, qué miedos y complejos se manifiestan en esas narrativas de los medios. A su juicio, en la prensa bogotana han perdido mucha consistencia las páginas nacionales desde que hay periodismo digital: cada vez hay menos investigación regional, dice. Por eso, aunque vive en Montreal actualmente, a diario lee prensa regional colombiana y, aunque su doctorado es en Geografía, sus intereses siguen siendo la descentralización y las formas de Estado, las relaciones del centro con la periferia.
 
La investigación que desarrolla ahora en función del Doctorado ha despertado su interés por los servicios públicos en Colombia, que son un motivo constante de movilización en distintas regiones, muchas veces no por la ausencia absoluta de recursos como el agua potable, sino por pactos incumplidos del Estado. Este año, vendrá al país para hacer un trabajo de campo que le permita comprender por qué ha fracasado, en ciudades como Cali, Barranquilla, Cartagena, Cúcuta o Villavicencio, el modelo de acueducto y alcantarillado que fue tan exitoso en Bogotá y en Medellín desde principios del siglo XX. Pero también quiere ver, en ese trabajo de observación, cómo enfrentan las comunidades las condiciones de vida que conlleva dicho fracaso, pues considera que enfocarse solamente en las problemáticas que viven las poblaciones opaca las estrategias de resistencia desarrolladas por las personas en sus contextos, y eso conduce a una victimitis que no permite avanzar en la comprensión y solución de los problemas.

Otro interés reciente en sus columnas ha sido cuestionar los lugares comunes que surgen en una mirada moralizante, desde la perspectiva bogotana, sobre distintos aspectos de la cultura popular. Una muestra sugerente de este gusto por las opiniones iconoclastas es la columna que publicó el 8 de marzo del año pasado sobre Griselda Blanco. En un día destinado a exaltar la fortaleza de las mujeres para cambiar las reglas de juego en entornos dominados por paradigmas masculinos, ella vio un buen motivo para hablar de una mujer cuyo nombre se ha omitido con disimulo en la historia del narcotráfico en Colombia. Cuando supo de su existencia, le sorprendió que ni ella ni sus conocidos la tuvieran presente, así que le pareció importante mostrar quién era Griselda –antes de que la mataran– y cuestionar que su nombre estuviera quedando por fuera de la historia, “porque, ¿qué estamos diciendo, que solo puede entrar a la historia cuando es la esposa, cuando le están pegando, cuando le están haciendo una cirugía plástica?”

Así, aunque las 300 palabras de espacio que le da su columna de los jueves son un reto para la argumentación, Tatiana Acevedo persiste en el ánimo de compartir sus investigaciones con el público lector, punzando sus opiniones más queridas o iluminando aspectos de la realidad social que, en la pequeña burbuja capitalina, pasan del todo inadvertidos. Es una mujer muy joven, sí, que estudia con rigor los temas sobre los cuales escribe, al igual que muchas otras mujeres que hoy tienen un nombre reconocido en las páginas de la opinión pública. Sin embargo, la perspectiva de género no está dentro de sus intereses: a su juicio, la agenda política alrededor de las mujeres no se agota en el aborto. Pero, en las diferencias de las que cada activismo se ocupa, lo que ella busca con ansias es una mirada que no simplifique, que no estigmatice ni reduzca los hechos sociales, de por sí complejos y llenos de matices.