lunes, 5 de noviembre de 2012

El estrellato de los intelectuales y los intelectuales estrellados: Jacques Rancière visita Bogotá


Este filósofo que llena auditorios, deja a su paso ideas para reflexionar en torno a la distribución de dos objetos dados a los sentidos: el idioma y el tiempo. 



El 29 de octubre, el filósofo Jacques Rancière presentó en el Museo Nacional de Colombia su ponencia “¿Pasó ya el tiempo de la emancipación?”*, y más de 200 seguidores de su obra nos quedamos por fuera: una hora antes de que el evento comenzara, la fila ya era larga. Una vez se llenaron los cien cupos del auditorio, se decidió proyectar la intervención del Profesor en el hall del Museo. Yo alcancé a ser de las afortunadas que habrían podido sentarse en el piso a verlo, pero los equipos de traducción solo funcionaban adentro del auditorio. Así que me fui, casi con furia por esa cantidad de equipos de traducción que reposarían empacados a la entrada del auditorio cerrado: una distribución insensata de la realidad que nos era común allí, incluyendo el tiempo que habíamos destinado, por fuera de una camisa de fuerza laboral, quienes habíamos ido porque conocíamos la obra de Rancière.

Caminé hacia mi casa pensando en lo que acababa de ocurrir. Por un lado, yo había sido en algún momento aprendiz de la lengua francesa, aprendizaje que de haber continuado, me habría evitado depender de la traducción simultánea. Mientras yo caminaba ofuscada, Rancière estaría hablando de una ruptura en aquellos tiempos sociales por los cuales uno estudia algo porque tiene una utilidad y solamente por ello: parte de mi trabajo de emancipación, al haber tenido el privilegio de superar mis estudios escolares, en una ciudad como Bogotá, tendría que haber sido continuar con aquellas clases de francés, pensé. No obstante, el hecho era que en lugar de haber buscado la forma de irme a Francia a continuar mis estudios (quién sabe si habría terminado siendo pupila de este profesor y, al cabo de un tiempo, hastiada de los franceses y de su pequeña Francia), me había quedado acá. Había dedicado unos dos años a estudiar la obra del Profesor y había hecho una tesis de maestría en función de sus ideas. Así que, por otra parte, viendo a Rancière llegar a mi ciudad como una estrella de la Filosofía Francesa (¿y no hablaba él del poder político del anonimato?), me cuestioné sobre el sentido de invertir recursos y esfuerzos en la visita de aquel pensador contemporáneo, para que una vez acá, los protocolos del comercio académico cercaran la circulación de las ideas que el Profesor traía para exponer.

Una semana antes, yo había contactado a algunos organizadores del evento para preguntarles si sería posible programar una entrevista, con el ánimo de publicarla. En un caso, la respuesta fue que la agenda estaba copada; en el otro, que a nadie se le habían concedido entrevistas (las instituciones que invirtieron en el viaje del Profesor querrían los derechos de toda publicación originada en su visita). Y, ¿acaso no iba a hablar el profesor Rancière en su conferencia sobre el control en la circulación de la información y de los saberes como una forma policiva de dominación?, me preguntaba caminando ese lunes por la Séptima. Entretanto, era previsible que quienes lo habían invitado a Bogotá supieran que mucho más de cien personas en esta ciudad conocían su obra y que, pese a no ser francoparlantes, estarían interesadas en escucharlo, dada la circunstancia excepcional de su presencia en la ciudad. Era igualmente previsible que el Profesor estuviera interesado en que todas esas personas atraídas por sus ideas, en un lugar como Colombia, pudieran escucharlo comprendiendo sus ideas. ¿Por qué se les habría ocurrido, entonces, escoger un auditorio tan pequeño y por qué, escogido el sitio, habían pagado más equipos de traducción de los que se iban a poder usar?

Por fortuna, los tiempos de Internet sí que son el escenario de la subversión del ordenamiento policivo, institucional, que reparte el acceso a la información. Por eso, en el portal de Esfera Pública se colgó el podcast de la conferencia traducida. Sin embargo, me llevé una desagradable sorpresa al encontrar una traducción llena de limitaciones (que contrastaba con la traducción profesional que estuvo disponible en el segundo día de la visita del Profesor). ¿Por qué, si ya había sido posible traer a este filósofo para que muchas personas pudieran escucharlo, alguien había decidido ahorrar recursos en el primer día de traducción? ¿No sabrían acaso, quienes así lo decidieron, que hay una distancia insalvable entre comprender dos lenguas y hacer una traducción simultánea? Una traducción deficiente implicó un reparto mezquino de las ideas fruto del trabajo del profesor Rancière; también lo implica haber restringido con celo sus encuentros no institucionales, y reservarse la circulación de los textos que él produjo para el evento.

Es un hecho que la academia no escapa a un sistema de intereses monetarios. Rancière, que es un profesor universitario, insiste en los intervalos y en las interrupciones del tiempo dominante (el del progreso, el del trabajo asalariado) como la alternativa que tenemos en nuestros tiempos para pensar de nuevo la emancipación. Y, parece ser que tiene razón, aun cuando ese decir mismo esté delimitado por los tiempos y por los espacios que las jerarquías distribuyen. Los estudiantes y los trabajadores (supongo: profesores, traductores, correctores de estilo) que fuimos a escuchar a Rancière, estábamos allí compartiendo la certeza de que hoy es una promesa imposible la de una línea recta y homogénea que vaya desde el preescolar hasta el éxito laboral, desde la preparación intelectual hasta la igualdad económica, o desde la mano invisible del mercado hasta el bienestar global. Y es probable que, en virtud de tal certeza, justifiquemos que una persona que conocía la obra del autor y hablaba su lengua hubiera aceptado, solo por eso, traducirlo en simultáneo.
Fuente



Finalmente, todos sabíamos que éramos iguales a Rancière porque podíamos entenderlo y hacerle entender nuestras preguntas. Ambas cosas, en la mayoría de los casos, mediante un esfuerzo de traducción. Estábamos allí, además, porque no teníamos la urgencia de cuidar a un hijo, de buscar un empleo o de cumplir un contrato de horario inamovible, y porque nos producía placer usar nuestro tiempo para escuchar las ideas de este filósofo. Había que hacer de ese tiempo ajeno de la fila inútil, un tiempo de creación, de placer o de juego. Un tiempo autónomo.


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Ohpina