sábado, 2 de noviembre de 2013

Albert Camus, extranjero rebelde

A cien años del nacimiento de este escritor argelino, sus ideas y su prosa conservan el esplendor del verano mediterráneo.

De Camus se recuerdan sobre todo El extranjero, su pelea con
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Sartre y el Nobel que recibió en 1957, “por el conjunto de una obra que pone de relieve los problemas que se plantean en la conciencia de los hombres de hoy”. Esta razón excepcional en la tradición del Premio muestra la inspiración filosófica que marcó la narrativa de Camus, aunque éste no mencionó en su discurso que Alfred Nobel, entre otras cosas, fabricante de armamento, fue además el inventor de la dinamita. Pero lo más probable es que sí lo haya señalado, a su manera: “Sin duda cada generación se cree predestinada para rehacer el mundo. La mía sabe sin embargo que no podrá lograrlo. Pero su tarea es más compleja: consiste en impedir que el mundo se deshaga”.


Albert Camus nació el 7 de noviembre de 1913 en Dréan, pueblo conocido como Mondovi mientras Argelia fue colonia francesa. Un año después murió su padre, una de las 70 millones de personas afectadas de manera directa por las guerras mundiales del siglo XX. Su madre, analfabeta y casi sorda, lo llevó a vivir consigo en Argel, frente al Mediterráneo, donde lo crió una abuela tan recia como la pobreza que les dio hogar. Haber crecido bajo el imperio del sol tórrido, abrasado por los vientos salinos y por los colores desérticos, inspiró no solo sus personajes (el nombre del protagonista de El extranjero evoca el mar y el sol), sino también su insistencia en el apego del ser humano a la Tierra. “Sí, basta un anochecer en Provenza, una colina perfecta, un olor de sal, para darse cuenta de que aún está todo por hacer.” (Prometeo en los infiernos).

El gusto de Albert Camus por los mitos proviene de sus afinidades con la cosmovisión griega y del carácter único que tiene este tipo de relatos. Contrario a la pretensión de las escrituras históricas, científicas y filosóficas, el mito incita al lector para que encarne él mismo el sentido de una vivencia universal, humana, ante una experiencia que se manifiesta caótica sin cesar. Sísifo, por ejemplo, fue condenado a llevar una roca hasta la cima de una montaña, desde la cual rodaría eternamente. Su castigo era volver a bajar al valle, para volver a subirla. Camus encuentra en esta historia una imagen para hablar de la realidad de cada ser humano que pese a los desastres, el dolor y el sinsentido que agobian la existencia, decide levantarse cada mañana y continuar. Aun sabiendo que su destino inequívoco es la muerte.


A él no le inquieta el esfuerzo de Sísifo al subir, sino su decisión de regresar por la roca. ¿Qué pensará mientras camina hacia el valle?, se pregunta. Podría suicidarse, ¿qué otra prueba podría esperarse de la libertad? Después de todo, la única respuesta del universo ante el martilleo del humano ‘¿por qué?’ es el silencio. Este silencio, escuchado al menos una vez por todo humano, es lo que en El mito de Sísifo se entiende por ‘el absurdo’, pero, lejos de constituir una razón para desear o buscar la muerte, ha de convertirse en el medio privilegiado de la liberación. Estas ideas se expanden en El hombre rebelde, donde Camus reafirma que ante la inquietud por el modo en el que es digno, deseable, vivir, la respuesta es la rebeldía, entendida como la aceptación de una naturaleza finita (y solidaria), capaz de acoger la mayor cantidad posible de experiencias. Así, contrario al hombre revolucionario que Sartre esperó del hombre rebelde, éste se arraiga en la vida precisamente porque no hay sentido alguno que le corresponda a la vida per sé. “Se ve que la afirmación envuelta en todo acto de rebelión se extiende a algo que sobrepasa al individuo en la medida en que lo saca de sus supuesta soledad y le proporciona una razón de actuar”. Se dice que lo inspiró Kierkeegard, pero debería insistirse más en su lectura de Nietzsche. Además de ensayos, crónicas y novelas, escribió también obras de teatro.
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jueves, 25 de abril de 2013

Análisis crítico de seis proposiciones sobre la vida del Cenador Gerlein


Roberto Gerlein Echevarría vuelve a denigrar de una de las manifestaciones sexuales del hombre, en detrimento de la equidad jurídica promovida por la Constitución colombiana. Un deplorable perfil de nuestra política el día en que en Francia se aprobó el matrimonio según el principio de égalité.

El martes pasado Roy Barreras, presidente del Senado, invitó a sus colegas a una cena en su casa y debido al compromiso, la convocatoria a debatir sobre la aprobación del matrimonio entre personas del mismo sexo se quedó sin quórum: los detractores de esta iniciativa prefirieron abandonar el recinto y asumir su condición de cenadores. Ese día, tan agitado en la Plaza de Bolívar como en las redes sociales, Publimetro hizo una síntesis de la intervención del Cenador Gerlein con las seis frases más polémicas dichas por él durante la sesión.
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#1, desglosada: “No comparto, ni aplaudo, ni deseo el sexo escatológico.” Respetable, no a todos tiene que gustarnos lo mismo, si es que él habla del lugar en el cuerpo que más nos huele a mierda. Sin embargo, el Cenador asume que la vida con una pareja del mismo sexo consiste en meter cosas por el ano y omite que si su hija fuera lesbiana, ella decidiría ese aspecto. Y si es heterosexual, también. Pero, más allá de su miopía, lo que me cuestiona es saber que entre las prebendas de los congresistas hay asignados $27.000.000 mensuales para invertir en asesores. Con los índices de pobreza en nuestro país y con el evidente desvío de dicho rubro, ¿no le causa esta cifra al Cenador al menos tanta vergüenza como sí se la produce una besatón? Ya que al expresar su indignación con la besatón gay dejó ver que lo que para él es claro: hay un tipo de seres humanos que no pueden experimentar el amor.


Prosigue: “A mí me parece que el sexo escatológico es un sexo inane”. Su parecer es atinado: la evidencia nos muestra que por lo menos el 99% del sexo en la vida de un adulto promedio se practica sin un fin distinto al placer. Nadie lo contradice en este sentido, pero lo que suscita problemas es la consecuencia que él extrae de su parecer: solo se puede practicar, con plenas garantías jurídicas, aquello que sea útil. Habría que comenzar, en tal caso, por prescindir de más de 200 curules. Dicho sea de paso, “escatológico” se refiere también a lo que tiende hacia un fin, de donde tendríamos el sexo escatológico como el que sí sirve. ¿Lo ve, Cenador? Ayudaría usar al menos una parte de lo de las asesorías en lo que corresponde.

Por otra parte, la afirmación del Cenador nos lleva a suponer que él solo ha eyaculado una vez en su vida (solo tiene  una hija), y si esto es así, me gustaría postularlo como caso de estudio científico y de acompañamiento clínico. Una vez más: ¿demasiado cinismo, o cándida y obstinada idiotez?

“Un sexo incapaz de generar vida”, prosigue. Verdadero. “Un sexo que se practica casi que con fines recreativos”, y se queda corto. ¿Usted nunca se masturbó, Cenador? ¿Usted piensa que su esposa no lo ha hecho jamás? ¿Que su padre no lo hizo? ¿Que su hija no lo hace ni lo hará; que el Presidente o las procuradoras y las monjas no se masturban, jamás?  ¿No conoce, Cenador, prácticas como meter un dedo en el culo durante la masturbación? Lo confieso: ¡a mí sí me da envidia solo imaginar lo que es tener un pene y poder meterlo en un agujero que de verdad apriete! Claro que usted tampoco alcanza a imaginar lo que es un orgasmo tras otro con solo tocar un pedacito exterior de la vagina llamado clítoris.

Pero, me estoy desviando. La siguiente pregunta para el Cenador podría ser qué es lo que no puede ocurrir amparado por la ley: ¿que el sexo se practique por el agujero de donde sale el popó? Me deja sin palabras, Cenador.
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#2. “El matrimonio gay es una decisión que sustancialmente golpea esta concepción de la familia entre un hombre y una mujer”. Verdadero. Sí golpea “esta”, es decir, “una”. Sí golpea una idea de familia. Pero no a la familia misma.

Es una evidencia que las familias colombianas no son todas hombre, mujer e hijos; que muchos niños crecen sin padres, al cuidado de la calle, o de institutos corruptos, o de madres voluntarias, y que en muchos, muchísimos casos en los que hay papá y mamá, la situación de violencia es tal, que mejor estarían ellos separados. Otra evidencia aplastante es: ¿cuántas mujeres crían en este país solas a sus hijos? Entretanto, ¿no es esta una información de la que tendría que estar ocupándose la Procuradora Delegada para la Infancia, la Familia y la Adolescencia, en vez de ocuparse en defender su privacidad para decir “aquí, dedicada al lobby”? ¿Es para esto que toda esta gente defiende el salario de sus cargos?

#3. “Nosotros pertenecemos a una generación heterosexual”. Verdadero, también si se entiende en cierto sentido. El ciudadano Gerlein, de 74  años y un rosario como prendedor, lleva 39 años calentando puesto público. Aunque conozco a muchas personas incluso mayores que él, católicas también, que están de acuerdo con el matrimonio entre los que se quieran casar, al ver a sus coetáneos en mi familia puedo entender a qué se refiere: a unas creencias arraigadas en la crianza, con las que a muchas personas les es difícil convivir en un mundo cambiante. Comprensible. Lo malo, para la sociedad colombiana, es que de esos muros del catolicismo se sigan políticas para negar derechos igualitarios que de ser reconocidos, favorecerían a millones de personas, mayores y menores de edad.

Aunque, si a lo que el Cenador se refiere es a que de su generación para atrás no ha habido homosexualismo, entonces su proposición #3 pasa a ser falsa: a los humanos de todas las épocas les han gustado diversas formas de practicar el rico sexo. La pregunta que sale a flote es cómo justificar que una persona con tan extrañas creencias tenga un presupuesto de $27.000.000 mensuales para pagar asesores.

Notable, en cualquier caso, que sea el Cenador mismo quien señale una de las raíces del problema en la brecha generacional. Para resolver este problema, uno de tantos que presenta el no tan honorable Congreso, ¿no valdría la pena revaluar los periodos y el tiempo de retiro de los congresistas? ¿Qué piensa el Cenador de que tan poquitos se lleven tanta riqueza?

#4 "La Biblia es la luz de la civilización occidental". Aquí ya se fue con poesía, no califica como verdadero ni como falso. Es un decir, un ejemplo de metáfora.

#5 desglosada: "Los gays quieren que se les apruebe todo.” Esta proposición resulta verdadera si con ‘todo’ se refiere a la plenitud de los derechos a los que acceden las personas que se casan. (¡Y eso que aún no comienza el debate de las triejas!). Sí, en tal caso, es verdadera: todos los ciudadanos colombianos quieren que se les trate igual, tal como es su derecho constitucional.
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Y para rematar: “Tienen un lobby gay". ¿Le está diciendo lesbiana a la procuradora Ilva? Ella, entretanto, defiende su privacidad en el chat, como si no fuera de interés de la sociedad lo que ella vaya a decir desde el Congreso, que por otra parte, no es su jurisdicción. Pero es más vergonzosa su defensa: “yo no sabía que había periodistas”. Aplastante, la inteligencia y la seriedad con la que estos representantes públicos ejercen su trabajo.

#6 "Uno es un pobre perro en esta curul." Yo diría que esta afirmación sí es falsa. Porque el Cenador, que se gana tanto, que dispone de esa poltrona en la que se sienta a sus anchas, cuando le viene en gana y por el tiempo que él decide, para tener todas estas prebendas que tiene ha de ser bastante más que un “pobre perro”, si es que lo usa en el sentido popular de la expresión, como diciendo “no soy nada aquí, nadie me escucha”.

Le diría en todo caso, Cenador, no se ofusque tanto. No es muy cristiano hablar en esos términos, ¿no son los perros esas criaturas que se la pasan oliéndose el culo entre ellas a toda hora? Los pobres y los ricos perros, por igual, se masturban en la pierna de los humanos que se sientan a hacer visita y usted, según dejan ver sus palabras, no es de los que se masturba (o se ha masturbado). (¿Conformó usted en el colegio una brigada anti-masturbatoria?)

Como puede ver, Cenador Gerlein, la mayor parte de sus afirmaciones son proposiciones verdaderas. Bien vistas, nadie las rechaza, luego es injustificada su crispación. Pero sí déjeme hacerle una última pregunta: ¿no cree usted que si a Dios le hubiera horrorizado el sexo inútil habría evitado, en su omnipotencia, que pudiéramos masturbarnos? ¿No cree que habría evitado que fuera placentera la estimulación en la próstata y en el clítoris? Claro está que ese dios nos da la libertad de hacer muchas cosas que a él lo habrían horrorizado. Y tal vez fue por eso que los Estados decidieron definirse como laicos, algo que en Colombia muchos no consiguen asimilar aún. Pero ese es nuestro Congreso: filas de poltronas para viejitos avaros, para bastante perezoso miope y mucho choro público.
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Mientras tanto en Francia, la aprobación del matrimonio igualitario no puede ocultar la proliferación de fobias sociales, ¡con la distancia que nos llevan sus procesos políticos! ¿Irán en el futuro a la torre Eiffel los Cenadores católicos colombianos?

viernes, 19 de abril de 2013

Posicionamiento de una marca: las víctimas


Según Francisco Santos, un día se levantó y se dijo: las víctimas de las FARC y del narcotráfico no tienen voz, por eso voy a mandar a hacer vallas con un primer plano de las caras de sus verdugos.

En Colombia, donde muchos miran con desprecio a la vecina Venezuela -ahora que ya no es la hermana millonaria-, algunos se vanaglorian de una vida política distinta. Sin embargo, el hecho de que nuestra agenda mediática esté marcada por las rivalidades entre los egos de los políticos nos muestra que no estamos en un escenario tan diferente.

Durante toda la semana, la prensa, la radio y los noticieros nacionales han registrado la polémica que suscitaron las vallas en las que el precandidato presidencial Francisco Santos invita a los ciudadanos a jugar a las adivinanzas, preguntándoles quién entre dos criminales ha matado a más policías. Ante cámaras y micrófonos, se ha quejado de censura y de intolerancia porque en algunos casos las vallas fueron retiradas. En otro caso, una de sus vallas fue cogida a golpes de pintura por un grupo de ciudadanos y la reacción del candidato fue decir “bueno, afortunadamente la pintura era rosada, que es un color amable”. Con esta sensibilidad estética, ¿le parecerá amable encontrarse, en cualquier calle, la cara del asesino de un ser querido en tamaño descomunal?
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Aunque estoy de acuerdo con quienes opinan, en la línea de Daniel Samper Ospina, que la mejor forma de hacerle daño a la imagen de Francisco Santos es respetar su libertad de expresión, la entrevista que este candidato le concedió al diario El Colombiano me fuerza hoy a escribir sobre las vallas de la adivinanza. Según él, dado que le preocupa la situación de las víctimas de las FARC una vez concluya la negociación en La Habana, el mensaje de las vallas es importante porque señala que aquí hay victimarios de primera y victimarios de segunda. ¿Su preocupación son las víctimas, dice?

A los de primera, dice él, se les puede abrir un espacio en la actividad democrática, y a los de segunda, dice, “que se pudran en el infierno”. ¿A quiénes se refiere; a quiénes ve él pudriéndose en un infierno? ¿Acaso el Acuerdo de Ralito es la causa del hacinamiento carcelario? Sobre esta misma inquietud, insiste en que la gravedad de un homicidio es siempre la misma, pero luego defiende un régimen especial de juzgamiento para la fuerza pública, y las víctimas que nombra, para las que clama perdón, son las del Nogal por ejemplo, no las de Soacha, por hablar de una misma ciudad. Y, para coronar su evidente confusión, dice hacia el final de la entrevista: “Cuando hoy miraba la valla se me arrugaba el corazón porque yo no distingo entre víctimas y victimarios”. Contundente.

En otro apartado de la entrevista señala: “Me duele saber que esos atropellos –de las FARC y del narcotráfico– van a quedar en la impunidad. Y eso es lo que veo venir. Y para mí, como parte de una sociedad moderna, es impensable e inaceptable, y si puedo hacer algo, lo hago y por eso me dediqué a poner vallas”. Me pregunto qué es para él lo propio de una sociedad moderna: ¿una en la que las víctimas están forzadas a mirar los rostros de sus verdugos en tamaño extraordinario, como si la televisión no estuviera haciendo una labor recalcitrante de restregarnos en la cara a los asesinos organizados? Y, entretanto, ¿qué quiere decir cuando dice “por eso me dediqué a poner vallas”?: ¿va a derogar la Ley de Víctimas o a levantar la Mesa de Diálogo a punta de vallas? ¿De verdad; fue eso lo que aprendió en sus altos estudios en comunicación? O es muy tonto o es muy cínico. No es una disyunción excluyente.

Otra cosa que le preocupa al primo del presidente, y lo dice como un niño que se queja con la profesora, es que el fiscal dijo que los guerrilleros podrían llegar al Congreso. Y, ¿de dónde saca él que el marco legal lo permite todo? ¿O es que está hablando del proceso con los paras? A los detractores de este proceso de paz se les olvida que el marco legal no se ha construido todavía y que, de abrirle paso a la participación de los miembros de las FARC en política, es claro que ésta solo podría validarse en las urnas. En contraste, para el candidato la alternativa sería hacer un proceso como el de Ralito. Da grima ver a un candidato presidencial defender a estas alturas ese acuerdo: ¿considera él que la extradición de algunos jefes paramilitares ha dejado en una mejor condición a las víctimas? ¿Desconoce que ellos mismos han confirmado en medios masivos que la extradición les permite ser juzgados por narcotráfico en procesos cortos y eludir procesos eternos acá por masacres, de las que todavía seguimos sin conocer muchos nombres? Además, ¿cree él que es fortuito que Luis Carlos Restrepo esté prófugo? Pero, este no es el tema que motivó este escrito, lo es un uso descabellado del espacio público.

Este individuo, fundador de País Libre, dice que tampoco es que tenga tanta voz, “solo los twitter [sic] y las vallas y algunos espacios.” ¿Solo las vallas, el Twitter y algunos espacios? ¿Cree este señor, que se pavonea diciendo que conoce a las víctimas, que poner una valla es un recurso menor? No hablemos solo del costo, hablemos de la visibilidad. Insisto: después de lo vivido, ¿están condenadas las víctimas a ver en tamaño exorbitante las caras de sus victimarios? Y, sobre los otros espacios, ¿le parece poco a este señor haber robado micrófono en todos los noticieros nacionales durante toda la semana, haber protagonizado artículos en distintos periódicos y haber sido entrevistado a propósito de su iniciativa? ¿Ha tenido una sola de las víctimas toda esta visibilidad? Me corrijo: Francisco Santos no es tonto ni cínico, es perverso.

Dice el candidato: “trabajo en ver cómo posiciono las víctimas de las FARC para que no las dejen solas. Ese es mi propósito”. ¿Posicionar, como las marcas? Ahora, ¿de verdad piensa este hombre que el primer plano de dos de los asesinos más famosos de este país le da voz a las víctimas, las va a acompañar? ¿De qué modo: hace más llevadera su pobreza, le da un censo a la ciudadanía de la cantidad de desplazados que recorren las calles de las ciudades, abre escuelas para los huérfanos o da trabajo a las viudas? ¿De verdad piensa Francisco Santos que lo que necesitan las víctimas es “ser posicionadas”, le parece al menos respetuoso usar este verbo para referirse a ellas?

No solo es lamentable, también es preocupante ver a un candidato presidencial defender la voz de las víctimas jugando a adivinanzas innecesarias, y demostrar con descaro que ellas son su eslogan de campaña. Es irresponsable que una persona como estas tenga todos los micrófonos que tiene. Por esto no puedo evitar la comparación de nuestra política con la venezolana. Aquí, como allá, los discursos de los políticos se consagran de lleno a las peleas entre ellos mismos, con las que se lanzan como rapiñas sobre la agenda mediática. Lo grave es que toda esa visibilidad que ellos se roban, corresponde al espectro de la visibilidad en común: lo que me encuentro en la ciudad al mirar para el cielo o en el televisor cuando solo tengo canales nacionales.

Por último, y de eso no se habla en la entrevista de El Colombiano, ¿por qué debajo de la valla del candidato está la leyenda “La sangre de Cristo tiene poder”? Lo dicho: Francisco Santos puede, por mucho, contra sí mismo. 

miércoles, 13 de marzo de 2013

Una repartición problemática


En Bogotá, no solo la distribución del espacio público es lamentable; también lo es la del espacio privado.

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A finales del mes pasado, El Espectador reseñó un informe del Departamento Administrativo de la Defensoría del Espacio Público (DADEP), en el que se presenta un balance negativo sobre la distribución del espacio público en Bogotá. En 1998, el decreto 1504 estableció que las ciudades deben contar con 15 metros cuadrados de espacio público por cada habitante; Bogotá le ofrece hoy 3,9 metros a cada habitante. Este balance puede sorprender a quienes recuerdan los premios de urbanismo que ha recibido la ciudad en los últimos años, como por ejemplo el Premio Urbanismo y Salud que le otorgó en 2010 la OMS. Esta organización, digámoslo para atizar la sorpresa, ha sido la encargada de fijar un indicador ‘óptimo’ de la cantidad de zonas verdes que deben estar disponibles por cada habitante en cualquier ciudad. Es un hecho: la forma de agrupar las edificaciones y de distribuir vías peatonales y áreas arborizadas tiene un impacto directo en la salud de las personas. 

En este sentido, quien recorre los parques, las ciclorutas y las alamedas de las localidades Teusaquillo, Barrios Unidos y Santa Fe, podrá sentir que está en una ciudad generosa con sus áreas públicas. Sin embargo estas localidades, que cuentan con la mayor área de espacio público en la ciudad, constituyen una parte minúscula de su área urbana. Bogotá tiene 20 localidades de las cuales, por mencionar solo los casos más visibles, San Cristóbal, Simón Bolívar, Rafael Uribe, Bosa y Usme tienen un importante déficit en esos beneficios urbanísticos tan favorables a la salud de las personas que la OMS resume como ‘zonas verdes’.

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Pero este asunto de la distribución del espacio disponible en una comunidad resulta más complejo de lo que podamos imaginar al pensar en un parque limpio. Recordemos que el espacio común corresponde no solo al inventario del Distrito (avenidas, plazas, monumentos), sino también a los terrenos en los que se distribuyen las edificaciones privadas. El espacio común concierne incluso a los recursos que se invierten en la urbanización, de los cuales depende levantar un condominio junto a un bosque, o un barrio alrededor de un basurero. En otras palabras, la calidad de vida en una comunidad abarca tanto las condiciones de sus áreas en común, como las de sus áreas privadas, y en ambos casos está en juego un modo concreto de repartir el espacio del que se dispone en una ciudad. Esto fue algo que comprendí cuando estuve orientando talleres de lectoescritura en el barrio Rincón del Lago, uno de los más de doscientos que pueblan las colinas limítrofes de nuestra ciudad con Soacha.

Una de las niñas que asistían a mi taller vivía en una casa donde el inodoro quedaba en la sala, así, como un mueble más, al frente del televisor. En esa casa vivían padrastro, mamá, abuelo y cuatro de los hijos: dos varones, de 13 y 19, y dos mujeres, de 16 y 7. En la casa había solo dos habitaciones. En una, dormían todos; en la otra estaban la cocina y la sala. Si uno en verdad visualiza este espacio, que no era de 100, de 60, ni siquiera de 30 metros cuadrados, fácilmente podrá sospechar consecuencias adversas para todos los miembros de esta familia. Eran, en realidad, perversas.

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Para llegar allí, yo tomaba en la Carrera Décima un bus del que, luego de unas dos horas, me bajaba llena de polvo y de sopor; al completar el ascenso por las vías encementadas de Ciudad Bolívar, se desprenden trochas en todas las direcciones, que se expanden hacia barrios donde abundan tugurios, cúmulos de basura, depósitos de chatarra y de otros desechos, hornos de cal en algunos casos (como el barrio San Joaquín), perros y niños. El descenso hacia Rincón desemboca en un lodazal pútrido que, en su momento, fue el lago que le dio el nombre al barrio. La única área pública de esparcimiento en el barrio es una cancha de baloncesto bordeada por hilos de agua contaminada, que en temporada de invierno queda inhabilitada por el barro y algunos desperdicios. 

Recuerdo que la primera vez que fui me sorprendió un esténcil, pequeño y precario, que en un muro diagonal a la cancha advertía que ese era un territorio AUC. Nunca pregunté por la procedencia de un anuncio semejante, pues los hechos de los que tuve noticia, a medida que continué visitando el barrio capitalino, me dijeron lo suficiente. Una de las primeras advertencias de la directora del centro comunitario que acogía mis talleres fue que nunca permitiera que me cogieran las cinco de la tarde en el barrio. En Rincón, igual que en varios barrios aledaños, había un riguroso toque de queda que comenzaba a las siete de la noche y, como en Bogotá comienza a oscurecer tan temprano, lo mejor era que no hubiera gente ajena al barrio luego de las cinco. Cosas escabrosas que no circulan en los medios de comunicación ocurrían allí. Por la época en la que comencé a ir, por ejemplo, habían asesinado a un niño (allí, muchos niños son acogidos pronto por redes delictivas) y como lección para la comunidad, solo los asesinos tuvieron autorización para asistir al entierro.

A la luz de estas imágenes que saco de mi memoria, encuentro que la relación entre bienestar y espacio de convivencia es mucho más elemental que un cálculo de cemento y de árboles para darle senderos amables a un sector de la ciudad. Como bogotana, no es que no celebre la existencia de ciclovías y de andenes anchos, pero esto es sobre todo porque vivo en una de las tres localidades privilegiadas. Recuerdo que la primera vez que regresé de Rincón y caminé por el centro de la ciudad, me sorprendió la elemental presencia de los andenes a mi paso; me di cuenta de que para que hubiera andenes, se necesitaban calles pavimentadas, y éstas a su vez, implicaban la adecuación de los alrededores: casas en vez de cambuches, cauces planificados para las aguas, sistemas organizados para la administración de desechos. Pero las deficiencias, como  las soluciones, resultan cíclicas. ¿Por dónde comenzar?  

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El estudio referido del DADEP ratifica que en Bogotá hay un desarrollo urbano ilegal superior al legal, lo cual indica que las prioridades de crecimiento para las administraciones distritales no han ido de la mano con el crecimiento de la ciudad durante los últimos 60 años, marcado por las crecientes oleadas del desplazamiento forzoso. En este sentido, el desequilibrio que se refleja en la repartición de las áreas públicas no tiene que ver solamente con el espacio exterior. Tanto los terrenos que los urbanizadores licitan en el norte como los que generaciones y generaciones de desplazados ocupan en el sur, son los territorios de la ciudad. Y si en un caso hay apartamentos de 60, de 100, de 200 metros cuadrados, en cuyos alrededores se extienden agradables zonas de esparcimiento, mientras que en el otro, no, esto corresponde a criterios puntuales de distribución que continúan trazando la historia de nuestra ciudad.

lunes, 21 de enero de 2013

Tatiana Acevedo: mirar sin asco


Tatiana Acevedo, una de las caras jóvenes en la prensa de opinión en Colombia, aborda fenómenos y problemáticas que suelen quedar por fuera de la agenda mediática.

Para los lectores asiduos de la prensa nacional, es un hecho: hay una nueva generación de columnistas que escriben sobre las controversias propias de la opinión pública, desde lugares distintos a los del periodismo y la política tradicional. Es el caso de Tatiana Acevedo quien, hace más de dos años, escribe para El Espectador artículos y columnas que socavan cómodos imaginarios sociales en torno a nuestra nación.

Sus primeros textos allí fueron artículos basados en documentos de archivo, a los que llegó trabajando como asistente de una investigación sobre la historia del partido liberal, a cargo del profesor Francisco Gutiérrez (iepri, Universidad Nacional). A raíz de este encuentro, no solo llegó a la Maestría en Estudios Políticos y aprendió sobre los métodos de la Historia, sino que también se formó en el valor de preguntarse por lo menudo, por las prácticas concretas de los políticos, que suelen escapar a los análisis de la nada homogénea realidad nacional: “cómo se consigue un voto, cómo se hace una adhesión, cómo se asciende dentro del partido, quiénes son los políticos, son ricos, son pobres, de dónde sacan la plata, quiénes son sus familias; ¿qué hace un político; es fácil, o es difícil?”. Esta experiencia, sumada a la que tuvo después trabajando con Claudia López en una Misión de Observación Electoral, fue determinante en su perspectiva sobre la política como un objeto de estudio hecho de realidades concretas y diversas, que bien vale la pena abordar “sin asco”.

Otro aspecto fundamental en la trayectoria de Tatiana Acevedo es su origen santandereano y su ascendencia campesina: “mientras más trabajo, mientras más leo y pasa el tiempo, más siento la importancia en mi vida de no haber nacido en Bogotá”. Luego de haber pasado una parte de su infancia en Barranca, se reunió en Bucaramanga con su familia ocañera y allí descubrió esa distancia con la que citadinos y provincianos se miran entre sí. Años después llegó a Bogotá para estudiar Antropología (y Ciencia Política, porque le sobraba tiempo y le parecía que era su deber aprovecharlo), y este nuevo encuentro con la ciudad también motivó un ejercicio que es parte de su metodología de trabajo: observar cómo se ven las regiones desde la prensa bogotana y por qué; cómo se refieren los medios nacionales a la gente de las regiones, a sus instituciones y a sus personajes públicos; qué reflejan sus discursos, qué rivalidades, qué miedos y complejos se manifiestan en esas narrativas de los medios. A su juicio, en la prensa bogotana han perdido mucha consistencia las páginas nacionales desde que hay periodismo digital: cada vez hay menos investigación regional, dice. Por eso, aunque vive en Montreal actualmente, a diario lee prensa regional colombiana y, aunque su doctorado es en Geografía, sus intereses siguen siendo la descentralización y las formas de Estado, las relaciones del centro con la periferia.
 
La investigación que desarrolla ahora en función del Doctorado ha despertado su interés por los servicios públicos en Colombia, que son un motivo constante de movilización en distintas regiones, muchas veces no por la ausencia absoluta de recursos como el agua potable, sino por pactos incumplidos del Estado. Este año, vendrá al país para hacer un trabajo de campo que le permita comprender por qué ha fracasado, en ciudades como Cali, Barranquilla, Cartagena, Cúcuta o Villavicencio, el modelo de acueducto y alcantarillado que fue tan exitoso en Bogotá y en Medellín desde principios del siglo XX. Pero también quiere ver, en ese trabajo de observación, cómo enfrentan las comunidades las condiciones de vida que conlleva dicho fracaso, pues considera que enfocarse solamente en las problemáticas que viven las poblaciones opaca las estrategias de resistencia desarrolladas por las personas en sus contextos, y eso conduce a una victimitis que no permite avanzar en la comprensión y solución de los problemas.

Otro interés reciente en sus columnas ha sido cuestionar los lugares comunes que surgen en una mirada moralizante, desde la perspectiva bogotana, sobre distintos aspectos de la cultura popular. Una muestra sugerente de este gusto por las opiniones iconoclastas es la columna que publicó el 8 de marzo del año pasado sobre Griselda Blanco. En un día destinado a exaltar la fortaleza de las mujeres para cambiar las reglas de juego en entornos dominados por paradigmas masculinos, ella vio un buen motivo para hablar de una mujer cuyo nombre se ha omitido con disimulo en la historia del narcotráfico en Colombia. Cuando supo de su existencia, le sorprendió que ni ella ni sus conocidos la tuvieran presente, así que le pareció importante mostrar quién era Griselda –antes de que la mataran– y cuestionar que su nombre estuviera quedando por fuera de la historia, “porque, ¿qué estamos diciendo, que solo puede entrar a la historia cuando es la esposa, cuando le están pegando, cuando le están haciendo una cirugía plástica?”

Así, aunque las 300 palabras de espacio que le da su columna de los jueves son un reto para la argumentación, Tatiana Acevedo persiste en el ánimo de compartir sus investigaciones con el público lector, punzando sus opiniones más queridas o iluminando aspectos de la realidad social que, en la pequeña burbuja capitalina, pasan del todo inadvertidos. Es una mujer muy joven, sí, que estudia con rigor los temas sobre los cuales escribe, al igual que muchas otras mujeres que hoy tienen un nombre reconocido en las páginas de la opinión pública. Sin embargo, la perspectiva de género no está dentro de sus intereses: a su juicio, la agenda política alrededor de las mujeres no se agota en el aborto. Pero, en las diferencias de las que cada activismo se ocupa, lo que ella busca con ansias es una mirada que no simplifique, que no estigmatice ni reduzca los hechos sociales, de por sí complejos y llenos de matices.